José Antonio Galdón denuncia, en este artículo publicado en el periódico económico Cinco Días, que la creación de programas ‘integrados’ de grado y máster vulnera la legislación vigente.

La reforma del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) trajo a España una evolución de las titulaciones académicas acordes con el siglo XXI y el entorno mundial, pero desgraciadamente sigue habiendo intereses particulares que se anteponen a los generales, que pretenden no solo desvirtuar ese nuevo modelo, sino lo que es más peligroso todavía, involucionar al siglo XIX. En España existen dos niveles profesionales en las ingenierías, las ingenierías técnicas y las ingenierías, que algunos se empeñan en seguir llamando superiores, algo que no tiene reflejo en el resto del ámbito europeo y mundial, pero sin embargo todavía hay quien piensa que es necesario seguir manteniendo esa singularidad, aun a costa de los problemas de movilidad de los ingenieros españoles.

Antes de Bolonia existían en España cuatro niveles académicos, las titulaciones de tres años (ingenierías técnicas, arquitectura técnica y diplomaturas), las de cinco años (ingenierías, arquitectura y licenciaturas), y posteriormente los niveles de máster y de doctorado. Con la reforma de Bolonia se quedaron solamente tres niveles, que son el grado (cuatro años), máster y doctorado, lo que suponía en efecto el unificar los dos primeros niveles pre-Bolonia.

Pero con las ingenierías se ha actuado de otro modo, ya que para seguir manteniendo esa dualidad en las profesiones de ingeniería, por un lado, y para mantener las estructuras universitarias, por otro, se llevó a cabo lo que se suele denominar una operación de ingeniería financiera consistente en reinventar Bolonia para que las antiguas ingenierías se convirtiesen en máster. La cosa no quedó ahí. En contra de todos los criterios de unificación previstos en el EEES, se crearon ex profeso unos títulos de grado en ingeniería denominados blancos, (sin atribuciones ni salidas profesionales) que tienen como única finalidad el acceso al máster (generalista y no especialista contra lo que dice Bolonia) que otorga la profesión de ingeniero.

Pero la sociedad no es tonta, y los mileniales, menos, y rápidamente han percibido que las titulaciones de grado en ingeniería son las que demandan las empresas, las que se reconocen en el resto de Europa y en el mundo, las que dan acceso a profesión regulada y por tanto otorgan atribuciones profesionales, y este hecho, unido a la mayor eficiencia y rendimiento que los alumnos obtienen de los másteres de especialización, ha conducido al fracaso estrepitoso de la operación resistencia que algunos pusieron en marcha, y que ahora pretenden resucitar con nuevas estratagemas.

Lejos de reconocer el error y rectificar, lo que se cierne desde algunos responsables de las universidades politécnicas y avaladas por los representantes de las profesiones de ingeniería, aunque con intereses distintos, es la creación de programas integrados de máster en ingeniería, es decir, que un alumno se pueda matricular directamente en un programa que incluye grado y máster, lo que vulnera por completo la legislación vigente y el espíritu de Bolonia, pues se podría acceder al nivel de posgrado sin haber culminado el grado. Es como acceder al doctorado sin haber terminado el máster, o comenzar el título de grado sin haber terminado el bachillerato, dejando patente los intereses que priman, frente a la meritocracia que debería definir nuestro sistema educativo.

La universidad tiene como misión principal generar y transmitir conocimiento, desde el que podamos tomar nuestras propias decisiones, pero en ningún caso se trata de hacer rehenes o influir de manera indirecta en la formación que cada uno quiera recibir. Los titulados de los grados blancos (sin atribuciones ni salidas profesionales) se ven obligados, sí o sí, a realizar los másteres habilitantes, y no tienen posibilidad de elegir. Es como en el cuento de las lentejas: las tomas o las dejas, pues no hay otra opción que quedar atrapados en la telaraña universitaria.

Si ya cuesta que los jóvenes de 18 años elijan estudiar las titulaciones de ingeniería, no solo por la dificultad que entrañan, sino muchas veces por el desconocimiento real de las funciones de los ingenieros, pues imagínense cuando se les habla de profesiones reguladas, atribuciones y todo lo demás: al final, eligen una titulación que tiene un nombre recurrente y suena bien, y que además lleva la palabra ingeniería. Pero esta situación cambia conforme van pasando los años en la universidad y se va descubriendo el mundo de las ingenierías, cuando unos pueden ir de Erasmus a otros países, y cuando otros no ¡porque no tienen homólogos! Cuando miran las ofertas de empleo y ven que su titulación no aparece en ninguna, o que no tienen un colegio profesional que los acoja. Es entonces cuando empiezan a hacerse preguntas y no les gusta conocer las respuestas, cuando ven que otros compañeros que estudian con ellos en las mismas escuelas acceden al mundo laboral como ingenieros (mecánicos, eléctricos, químicos…) o cuando pueden elegir cualquier máster de especialización para poder seguir formándose, y sin embargo a ellos solo les queda el camino que alguien ha decidido previamente en su lugar.

Y para algunos la consigna es clara: “Hay que cubrir como sea las plazas de los másteres en ingeniería con atribuciones”, y para ello, cualquier cosa vale, aunque sea a costa de coartar la libertad de decisión, que como hemos dicho es uno de los valores clave que ha de otorgar la universidad a sus alumnos.

Desgraciadamente ya hay alguna universidad politécnica que ha aprobado unos programas de máster integrados en las ingenierías, que representan la involución en el EEES, y cuya legalidad con la legislación actual y la aceptación por la comunidad universitaria está por comprobar. Los mileniales tienen otro tipo de valores que no pasan por ser ingenieros superiores o inferiores, sino que van más encaminados a ser los mejores ingenieros, a disfrutar de su trabajo, a ser útiles a la sociedad, a sentirse realizados y sobre todo a tomar sus propias decisiones, así que por favor, reflexionemos todos y que las decisiones que se adopten o las posturas que se defiendan correspondan al interés general y no al particular.

José Antonio Galdón Ruiz es doctor ingeniero y presidente del Consejo General de la Ingeniería Técnica Industrial de España (Cogiti).

Trinuna Publicada en Cinco Días.